Cambios y lecciones

martes, 13 de enero de 2009


No es la primera vez que alguien se pierde en laberintos creados por él mismo. Ni tampoco es algo nuevo sentir cómo te hundes en charcos de arenas movedizas,que sólo tú ves. Pero están allí, por alguna razón, y por mucho que desesperes y agites tus manos intentando llamar la atención sólo lograrás hundirte más rápido. La autoestima que me vengo profesando desde que desperté,desapareció en algún momento del algún lugar del pasado año. Y, sin embargo, ahora desde la distancia; desde el futuro, veo en qué fallé:en todo.
No es la primera vez que vivo obviando el presente e imaginando el futuro. Ni tampoco me voy lamentar por ello hoy, porque sería reincidir en mis errores. Mas no por ello puedo dejar de hacer balance de un año aciago que se llevó mis fuerzas,y nunca me las devolvió. Sucedieron muchas cosas de las que me arrepiento;y otros tantos, ínfimos detalles, que aceleraron mi caída.
Ahora,sin embargo, me hago grande por momentos y vuelvo a enfundarme el traje que una vez me quité, la piel que me hace sentir único y diferente. No más analizar las cosas si no es porque es necesario, no más ver detrás de lo que opino que es aparente porque las apariencias a veces son lo que tienen que ser, apariencias; y están ahí sólo para el goce más puro y simple, el más animal. Las horas pasan y sólo pienso en lo que me dijo un gigante que creía conocer muy bien,de quien pensaba que había nacido para enseñarme lo largo y ancho que es el mundo; pero que en realidad,sólo es un ser humano. Que nace,que vive y que muere; y que como ser humano que es, sabe que somos levedad. Pues bien, este gigante me contó una anécdota acerca de un amigo suyo y un libro,El misterio de la cripta embrujada de Eduardo Mendoza. Ese amigo en cuestión estudiaba filología hispánica(o alguna carrera similar) en la que debía entregar como trabajo un análisis desde las ideas marxistas de lo que representaba la novela.Dicho sujeto, en su intento por ejercer su labor con el mayor esfuerzo, leyó capítulo a capítulo el libro sin reparar en los numerosos chistes que tienen como objetivo atrapar fugaces sonrisas en el lector. Al terminar su tan profundo análisis, quedó tan satisfecho con su labor que decidió llamar a un estudiante de química(o algo parecido,no es importante). Este estudiante de química(nuestro gigante) almorzó con el futuro filólogo y escuchó atentamente cada una de las relaciones tejidas tras arduos días de trabajo. Al final de la comida, el estudiante de química comenzó a leer el libro y no paró de reir hasta que lo terminó. Cierto tiempo después reencontróse con el estudiante de filología, le dijo que volviera a leer el libro sin entrar en detalles,tranquilamente. Aquélla noche en el piso de nuestro,ya mundialmente conocido, filólogo se oyeron grandes carcajadas. El gigante no me dió moraleja, dejó que yo mismo la descubriera y bajo mi sorpresa entendí sin razonamiento alguno que el poco tiempo del que disponemos nos hace debernos a nosotros mismos el hecho de disfrutar de lo que hacemos. En ocasiones, lo más profundo es quedarse en la superficie a mirar cómo brilla el sol sin preguntarte cómo llegó hasta allí. Después de esto, no volví a pensar en ello, disfruté de la lección que sólo un padre te puede regalar.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gustaría indicar al autor su gran acierto al escribir esta reflexión, la cual me ha hecho pensar en unas circuntancia en la que estoy inmerso. Darle la razón, hoy en dia, las personas en general tienden mucho a buscar siempre razones que en muchas ocasiones lo único q hacen es liar aún más la loca situacíon en la que viven inmersos. Estas palabras me han hecho pensar, y que gran lección dada, que auque pueda parecer obvia, las personas de hoy en dia no la consideran. Lo mejor en muchas ocasiones es simplemente dejarse llevar, fluir y ser como uno es.
Atentamente, un seguidor de su blog

 
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