sábado, 27 de septiembre de 2008
El día que volví a mi casa ,el gris se había adueñado de todo. Un gris sin color,que borraba las esquinas y envejecía los viejos muebles. La niebla del recuerdo hacía languidecer mis últimas esperanzas de encontrar mi antiguo hogar. Sí, seguía siendo la última casa de la calle Rublo, con sus amplios ventanales protegidos por persianas de madera. Y su pequeño jardín verde, con geranios y amapolas.Continuaban allí la blanca e impoluta fachada , la chimenea cuellicorta, las tejas teñidas de la sangre que derramaban los rayos de sol.
Pero algo había cambiado. No eran los dueños, que no tenían nada que ver con mis padres. Ni siquiera el nuevo pastor alemán que custodiaba la entrada. Tampoco era culpa de su caseta, ni de sus sordos ladridos. Ni las clases de piano de la hija, ni el ruidoso balón del hijo.
Yo, quien había rechazado la tierra que me amamantó; cuando apenas podía preguntarme si realmente ése era mi sitio. Las farolas que me vieron crecer hasta temer ser igualadas ahora ríen,porque fui yo quién crei que encontraría otro parque como el parque del Filio.
Nunca encontré lo que busqué, ni busqué lo que quería. Soy un idiota, sin más. Un estúpido que nunca supo agradecerse a sí mismo lo que había conseguido; mientras veía pasar la felicidad de otros que se contentaban con la suerte de poder respirar. Ahora, era a mí al que le faltaba el aire; y era yo quién había secundado una terrible traición a mis raíces. Aún siento la herida de mi cuchillo, en la espalda; y el calor de las gotas de vergüenza que nunca dejarán de sangrar.
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