jueves, 29 de octubre de 2009

Su cuello blanco y reluciente se mostraba limpio, espaciado, como lo estaba el salón donde la había sorprendido durmiendo. Ruidos de pasos en la calle, un coche, quizás dos; luego silencio.
La luz tenue descubría una silueta imperfecta formada por mi cuerpo y el suyo. Ella temblaba con una mezcla de miedo y excitación y su cuerpo se calentaba cada vez más. Notaba en mi mano como fluía la sangre entre mis dedos, buscando un resquicio bajo mi fuerza para llegar a su corazón. Recorrí su cuerpo con la mirada, las curvas que se marcaban en su cadera desembocaban ,agresivas, en su cintura estrecha. Y desde allí, recorriendo su vientre,rodeando su ombligo, llegue a bordear su pecho rozando su piel con mis uñas afiladas. La sentí estremecer, temblando, como tiembla la fruta madura; antes de rendirse,de ceder y desprenderse de las ramas.
-No tengas miedo.-le dije.
-No me hagas daño...por favor.
-No es ésa mi intención. Sólo quiero enseñarte a ser...como yo.
Le di la vuelta, hasta que su espalda desnuda se posó sobre mi torso. Su perfume se hacía textura y se volvía tangible a su alrededor, dotándola de un aura casi mágica. Cuando mis labios llegaron a su cuello, ella cerró los ojos con la certeza de no querer marcharse de este mundo sin haber dicho lo que a todas luces era un sinsentido.
-Te amo.-dijo mientras la sangre brotaba de su cuello y empapaba mi boca.
Yo ya no podía escucharla, sólo podía sentir su pulso.Primero, fuerte y obstinado diciéndome que se negaba a creer que aquél era el final. Luego, se fue apagando; ahogándose bajo mi aliento y mis colmillos que succionaban los escasos latidos de aquel cuerpo sin vida.
Cuando ya no pudo mantenerse en pie, la tumbé en la alfombra y saqué un pañuelo del bolsillo de mi chaqueta. Me limpié la cara y me senté en el sillón, exhausto. Apenas transcurrieron un par de horas hasta que se tumbó encima de mis piernas.
-Ahora...y siempre.-susurré mientras contaba cada uno de sus cabellos.
Uno,dos,tres,cuatro,cinco,seis,siete,ocho,nueve...Lentamente, como si cada uno de ellos fuera el más importante.
-Te amo.-dijo mientras la sangre brotaba de su cuello y empapaba mi boca.
Yo ya no podía escucharla, sólo podía sentir su pulso.Primero, fuerte y obstinado diciéndome que se negaba a creer que aquél era el final. Luego, se fue apagando; ahogándose bajo mi aliento y mis colmillos que succionaban los escasos latidos de aquel cuerpo sin vida.
Cuando ya no pudo mantenerse en pie, la tumbé en la alfombra y saqué un pañuelo del bolsillo de mi chaqueta. Me limpié la cara y me senté en el sillón, exhausto. Apenas transcurrieron un par de horas hasta que se tumbó encima de mis piernas.
-Ahora...y siempre.-susurré mientras contaba cada uno de sus cabellos.
Uno,dos,tres,cuatro,cinco,seis,siete,ocho,nueve...Lentamente, como si cada uno de ellos fuera el más importante.